
Pregunta.- ¿Qué diferencia existe entre usted y esos hackers aficionados?
Respuesta.- Mi especialidad era copiar masters originales de teléfonos móviles. Estaba fascinado por las telecomunicaciones y quería saber cómo funcionan por dentro. Incluso cuando robé centrales telefónicas enteras era por divertirme y por un desafío intelectual, nunca para obtener un beneficio. He llegado a conseguir los números privados de grandes estrellas como Bruce Springsteen o Madonna. Pude haber llamado incluso a Clinton, pero no quería alertar al servicio secreto.
Pregunta.- Le consideran el hacker más peligroso de la historia.
Respuesta.- Eso es un mito, que comenzó con varios artículos de John Markoff en The New York Times, llenos de acusaciones difamatorias, que más tarde fueron desmentidas por las autoridades. Markoff me la tenía jurada porque me negué a colaborar en su libro y creó el mito de Kevin Mitnick para hacer de Takedown [su libro] un best seller.
Pregunta.- ¿Por qué le persiguen entonces las autoridades?
Respuesta.- Aprovecharon la ocasión para transformarme en el chivo expiatorio de todos los hackers del mundo. Y para autojustificarse, exageraron hasta lo inverosímil el daño que pude causar, que está muy lejos de los cientos de millones que me imputan.
Pregunta.- ¿Por qué nunca sacó provecho de su talento informático? Respuesta.- Porque mis valores éticos me lo impiden. Unos valores que heredé de mis padres, judíos de origen ruso. Nunca fui capaz de robar dinero. Y eso que hoy podría ser multimillonario y vivir el resto de mis días al sol del Caribe. Pero mi conciencia me lo impidió. Y estoy orgulloso de ello. Aunque confieso que no sentía remordimiento alguno cuando atacaba a compañías monolíticas y riquísimas, que extraen el máximo beneficio de sus clientes. Me impulsaba más bien la euforia del descubrimiento científico, el placer mental que se siente cuando se resuelve un problema matemático.
Pregunta.- ¿Qué va a hacer ahora?
R.- Me gustaría encauzar mi talento para ayudar a la comunidad a defenderse de los hackers, pero el Gobierno me lo impide. Las restricciones impuestas por mi libertad vigilada durante los próximos años son increíbles. No puedo encontrar trabajo ni en un MacDonalds. Ni matricularme en la universidad o en sitio alguno donde haya ordenadores. También me están prohibidos los teléfonos móviles y las agendas electrónicas. Ya comienzo a tener crisis de abstinencia informática."
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